La ceiba de mi pueblo no murió
Con dignidad, de pie.
El árbol centenario que le dio
Reciedumbre a mi fe
Dejó este mundo el pobre no por viejo
Sino por inclemencia
De un verdugo, despreciable tipejo,
Ajeno de conciencia.
Cuando quise sonrojar mis ojos
Y recordar mi infancia
Solo encontré en el suelo sus despojos
Y sentí repugnancia.