Escucha alondra mía los ecos
esos, que se van en los vientos
sobre la voz del río que corre
con las aguas de las pasiones.
No quiero nada… solo a ti
tenerte en mis aguas vivas
en las estrellas y mi fragata
en las brisas de los bosques.
Quiero tus angélicos ojos,
para mis ojos que mueren
en la penumbra del silencio
y en las sublimes enramadas.
Ven a mí, dulzura mía, ven a mí,
sibila del aire que va muriendo
en el camino angosto del tiempo
y en las velas rotas de mi sangre.
Ata la cubierta del cuadrante norte
y aquella luz, la estrella de la noche
a la silueta viva que dentro de mí
revolotea como mariposa azul.
Mis lágrimas caen gota a gota
de mis ojos que se dilatan.
Sé que me llama la voz oculta
desde tu pecho, que es mío.
Y sale de tus macizos azulados
y de mis sollozos vespertinos
tu alma de alegres cascadas,
susurros míos de mansos ríos.
Ven a mí, divina mía, ven a mí,
que tuyos son los caminos de gloria
las veredas y las gradas del delta
y la cúspide de la muerte en mí gloria
Eres en la abismal distancia, mi sibilina,
la estrella del mar que ilumina mis ardentías
porque tus caminos serán mis caminos
y tus miradas serán mis miradas.
Saldrá del viento un grito de amor
como la voz de un niño que gritará
con el deseo de vivir con nosotros
en nuestro huerto de olivos.