Raúl Daniel

Te has muerto...

Conocí a una mujer en cuya vida me inspiré para el siguiente poema.

Una vez se lo leí, y ella me dijo: -“Esa es mi historia”.

No supe que más decirle.

 

Te Has Muerto...

 

Por fin te moriste mamá...

Sí, ¡por fin te moriste...!

Por fin te fuiste a acompañar a papá,

y puedo llorar tu cuerpo yerto.

 

Ahora voy a poder amarte bien,

¡y lo haré borrándote de mi recuerdo!

¿Qué otra cosa puedo hacer...

acaso sólo pensar en la niñez?

¡cuándo me amabas sin ningún interés!

 

Yo era preciosa: mi cuerpo rosado,

mis ojos verde claros... rondando la casa

con la semejanza de las mariposas.

 

Yo era tu alhaja, graciosa corona

a la juventud que se te alejaba...

y me amabas, sí, me amabas

como madre buena... y muy orgullosa.

 

Yo era el espejo de sueños dorados,

incumplidos, muertos, en tu mal pasado,

¡ilusión tardía de recuperarlos...!

y en tu ignorancia me los reflejabas.

 

Vivías mi vida, y con sutilezas

me la trastrocabas...

No recuerdo mío, ningún pensamiento,

sólo el acallado y lerdo lamento

de mi sufrimiento...

 

¡Cortaste mis alas!, corriste mis novios

hasta qué, escapada, te di la sorpresa

(fue una cruel venganza).

 

Quebré los pilares

del fatuo castillo de tus esperanzas,

rompí el cántaro de oro,

quebré la cadena de plata,

te inundé con mares

de insomnios y lágrimas...

y por nueve meses maltraté tu alma.

 

Después...

cuando el niño tocaba tus canas,

¿Qué cosas pensabas

que así me soltaste,

para que sin alas

tan sólo un destino tuviera:

¡Estrellarme...!

 

Me amabas... te odiaba,

te amaba... me odiabas.

 

Aumentaron deberes,

papá se enfermaba y no prosperaba,

...me fuiste enredando,

suspicazmente empujando

a andar rodando de brazos en brazos.

 

Un hombre casado que trae regalos...

otro enamorado que me da hasta plata,

perdido en mis ojos

y en mi cuerpo joven lleno de pecados.

 

Señores que, tristes,

buscan escaparse de sus casas grises,

y de vez en cuando, algún potentado

(que así como llega, de pronto, es pasado).

 

Tú fingías no ver, y papá no estaba,

mientras que tu mano

¡se abría al dinero que yo te pasaba!

 

Guardabas silencio o hablabas

haciendo las cosas como si de veras

no pasara nada... y especulando

así me enseñabas.

 

Mamá, te moriste...

Y ahora, ¿qué hago...?

Los pocos decentes que a veces me hallaron,

en distintos puertos anclaron sus barcos...

 

Y mi barco, roto de tantos naufragios,

sin velas ni norte

deriva por los mares de las soledades;

la mezcla de errores...

todas las traiciones y las falsedades,

tempestades furiosas, arrastran mi nave.

 

Ya no soy la joven alegre y alada,

tú robaste ayer ¡hasta mi mañana!

y hoy, al velarte, no tengo más nada...

ni fe ni esperanza ni amor...

¡tan sólo el dolor de una vida errada!

 

Si Dios... te permite hablarle en la cara,

hazme este favor:

¡pide por mi alma, para que no vaya

también yo, de mi hijo,

a tocar sus alas!