la negra rodriguez

PROLETARIO

Emergió de  la lama suave con olor a mangle y carbón,

con el olor del barro remojado con las aguas saladas del estero

como un cangrejito que hace orificios en el lodo

 para vivir en el vientre fresco de ese muladar.

Sus padres plantaron en el fango cuatro palos de mangle;

maderas “Fernán Sánchez”, para su  suelo movedizo;

 caña guadúa para apredes puertas y  ventanas;

Unas latas de zinc,  su techo, su cielo;

y era su casa  con pilares cual raíces clavados en el lodo,

su  dulce  morada  pero que no  no le protegía

 de las inclemencias del sol,  de los vientos huracanados,

de las lluvias  que parecían ensañarse sobre ella

y mecerla cual hamaca que se derrumbaba vencida por la corriente

en un concierto disonante de agua viento y lágrimas

que hacían la llegada del invierno dolorosa y temida.

Creció jugando en el manglar, persiguiendo el derrotero

 de las jaibas, del vuelo de las gallaretas;

esperando la subida del aguaje

para coger camarones,  peces y  atrapar cangrejos.

Descansaba su inocencia de niño pobre en las tardes soleadas

cuando  la marea traía consigo, el olor del mangle quemado

de las carboneras afanosas a la orilla del “Estero salado”;

El perfume del pechiche en conserva que se mezclaba

Con la languidez de su pobreza.

Pero era feliz, con sus pies en el suelo

Con sus piel morena brillante ante los rayos  del sol,

era feliz ignorando el sacrificio de sus  mayores

para llevar a la mesa un pan de cinco centavos.

Era feliz, cuando llegaban los gringos con regalos de leche en polvo

 sémola y aceite,

 sin saber que eso,  era una dádiva vergonzante del imperio.

Cuando llegó el cascajo al barrio,

 se trepaba por encima  de los cerros de tierra

 antes de que llegue la aplanadora

 y lanzaba las piedritas planas al agua del estero

En  forma horizontal, para el juego de ‘’pan mantequilla y queso’’.

Cuando asfaltaron las calles, se sintió importante,

porque “el progreso”  llegaba a su barrio humilde.

Pero se llevaba la dulzura del manglar y sus perfumes;

Se llevaba la jaiba, el cangrejo, las conchas,

 los mejillones y las  espigadas  gallaretas.

 Se perdió la visión maravillosa de la caída del sol sobre las aguas

 en las tardes de dulces juegos.

 Pero le trajo  la certeza de su pobreza,

 de ser un ciudadano de barrio marginal.

 de ser   un “cholo sin fortuna’’.

 Su mirada inocente se perdió en esas certezas

y su espíritu indómito empezó a madurar y a cuestionar

 las  infantiles creencias.