LIZ ABRIL

REENCUENTRO

El jarrón cayó al piso. El estruendo que provocó hizo que el gato que dormía plácidamente en la silla, diera un salto gracioso en el aire y saliera huyendo hacia la cocina. Las flores mustias quedaron desparramadas por el piso, dejando su perfume agridulce mezclado con el de la cera y algunos pétalos húmedos pegados en la madera que comenzaba a mostrar un color más oscuro a medida que el agua se iba filtrando por sus poros.

Sin embargo Elena había quedado petrificada mirando la ventana.

Una suave brisa revoloteaba en las cortinas blancas y en el jardín el muchacho que cortaba el pasto, ajeno a todo, tarareaba una canción de amor.

Ella había reconocido el auto que se acercaba en dirección a la casa. Tantas veces había soñado con ese momento, que no estaba segura si era una imagen de su mente o era verdad.

De golpe salió corriendo escaleras arriba, sin importarle para nada los trozos del jarrón, las flores y el piso mojado.

Sentía que su corazón pugnaba por escapar de su pecho. 

Buscó en el ropero una ropa adecuada, sacó una camisa, la miró y luego la tiró encima de la cama, sacó una remera la puso sobre su cuerpo y se miró al espejo, tampoco le gustó lo que vio y en esta oportunidad la remera fue a dar a un rincón del cuarto.

Pensó que tenía que ser algo sencillo, tenía que hacer como que no lo había visto por la ventana. Bajar las escaleras como una diva del cine y sorprenderse! Esa idea le gusto y le hizo esbozar una sonrisa!

Buscó un camisón corto, pero pensó que resultaría raro que a esa hora estuviera en camisón. Entonces decidió envolverse en un toallón y bajar descalza, muy de prisa, las escaleras.

Llegó abajo justo cuando el timbre sonaba insistentemente.

Abrió la puerta de golpe... pero no al todo, asomándose con la mayor admiración pintada en su rostro.

- Creí que era...

- Así abres siempre la puerta...

dijo Alberto mirándola extrañado.

Había arrugado su entrecejo y tenía dibujada en su boca esa mueca... esa mueca que a ella tanto le gustaba.

- Estaba por ir a bañarme...

-¿Puedo pasar o vas a quedarte ahí sin invitarme?

- Perdón...

Acto seguido se corrió, abriendo más la puerta, como una invitación tácita para que entrara, ajustó el toallón un poco en torno a su cuerpo y parándose en las puntas de sus pies le dio un beso sonoro en una de sus mejillas.

Al instante vio su mirada de deseo, esa misma que había visto en tantas noches que pasaron juntos.

Pero haciéndose la desentendida dio la media vuelta y le ofreció una taza de café, a lo que él contestó simplemente con \"bueno\"

- Subo a cambiarme y charlamos

Lo dijo mientras se dirigía a la cocina, sin darse cuenta que él en silencio había seguido sus pasos y al darse vuelta para ver por qué razón no le contestaba se lo llevó por delante con tanta fuerza, que el toallón cayó al piso, dejándola totalmente desnuda.

Quedaron frente a frente respirándose uno a otro, mirándose tan fijamente que todo lo de alrededor desapareció en ese preciso instante.

- Iba...

- No hables...

Elena sintió que todo su cuerpo temblaba, quería detener ese temblor, huir, decirle que no era así de fácil volver después de tantos años, gritarle que se fuera o simplemente agarrarlo del brazo y acompañarlo nuevamente hacia la puerta.

-Nunca debí abrir la puerta- pensaba

Apartó los ojos por un instante y por encima de su hombro pudo ver a  través de la ventana que el muchacho que arreglaba el jardín seguía tranquilamente cortando el pasto. Pensó en el jarrón que estaba en el piso, en sus pedazos.

¡Era todo tan ridículo!

¿Cómo podía pensar en eso en estos momentos?

Alberto tomó su cara entre sus manos y comenzó a darle besos pequeñitos en su mejillas, en sus ojos, en sus labios.

- Te extrañé, te extrañé, te extrañé...

Lo repitió junto a su boca y Elena ya no pudo resistirse, mucho menos todavía cuando las manos de él se cerraron en torno a su cintura apretándola contra su pecho y sintió su lengua moverse dentro de su boca. 

Ya no podía controlarlo. Ya no tenía control de nada. Dejó que sus manos volaran y comenzó a acariciarlo, a morderlo suavemente mientras se deshacía de su saco, mientras a tirones y mordiscos desabrochaba su camisa.

Toda la ausencia, todos los malos recuerdos, todo el dolor, toda la bronca... habían desaparecido para dar lugar a esa pasión desenfrenada que nunca ninguno de los dos había podido evitar.

Se habían amado en lo lugares más insólitos, en los momentos menos oportunos.

Habían logrado burlar a todos y esconderse a cualquier hora y en cualquier lugar para hacer el amor.

Un baño, un techo, un armario... sería imposible recordar todos los lugares.

Caminaron, como pudieron, abrazados, enlazados, tocándose, reconociéndose, oliéndose como dos bestias en celo, hasta llegar al sillón a donde dieron rienda suelta al deseo indomable de poseerse.

Por momentos hicieron el amor con dulzura, por momentos parecieron dos locos, que querían devorarse uno al otro.

Hasta llegar a ese instante supremo donde sus almas y sus cuerpos se unieron en un sólo grito, en un solo vuelo.

- Quiero quedarme

Alberto dijo estas dos palabras mientras acariciaba sus cabellos humedecidos separándolos de su frente.

- ¿Para siempre?

Lo dijo mientras sentía como algo tibio inundaba sus ojos, corría por sus mejillas y resbalaba por su boca.

- Todo lo que empieza termina...

Dijo con una sonrisa, mirándola nuevamente a los ojos.

Elena sintió que no era importante si terminaba o hasta cuándo, lo importante era que estaba ahí, en ese sillón que tantas veces la había cobijado en su soledad, abrazada al único hombre que en realidad, había amado en su vida.

- No puedo prometerte nada, pero te amo...

Le dijo él tan bajito, tan bajito, con la voz ronca pegada a su cabeza, que le costó comprender...

- Yo también te amo.

No importaba nada más. En el futuro enfrentarían todo lo que tuvieran que enfrentar. 

El pasado, era sólo eso, había quedado atrás, junto con todo lo que un día los había separado.

Se abrazaron o más bien se aferraron uno al otro hasta quedarse dormidos, desnudos y ambos con una sonrisa en los labios.