Yo iba perdido con la mirada triste
mientras mi corazón aprendía a ser sólo mío.
Era como un ala rota por cualquier embiste,
como el surco inerte que quedó de un río.
Yo era, en un mundo lleno, un gran vacío;
en la complicada vida, la simpleza de un mal chiste...
No era más que del viento el tenebroso frío
desde el impío día en que me abatiste.
Y hoy poco ha cambiado: me miro al espejo
y no veo más que una oscuridad que vierte
en aquello que miro como un regusto a muerte.
Y acepté que soy el surco de un río inerte,
que estoy vacío y ya poco me quejo...
Que sólo aprendí a verme viejo.