No puedo expresarte el océano.
Tal vez pudiera darte un hilo de mayo
y flores de planeta feliz que guarda en un riñón
la carta del zorro y el enojo de no haberse roto
cual amanecer.
Mátamelo muerte: Mátame el asombroso dolor
que duele y duele sin remedio;
mátame la consciencia y el honor –por favor-
de no seguir siendo hábil dentro del abismo,
discreto ante el disgusto de verme sin verme.
París me espera sin contratos y yo me alegro
de ser beato en medio de las masacres
del milenio. Me alegro, Muerte, si eres tú
quién me libre del espanto de continuar
viviendo sin ánimo de morir por siempre.