Un día yo te invité, a ir conmigo a una iglesia,
porque quería sentir junto a ti la bendición;
la presencia de el Señor, también su benevolencia,
y te negaste a ir como falta a tu conciencia.
Pero minutos después, te invité a ir a la cama,
donde quería que tú, en pasión te me entregaras;
ahí no dijiste que no, sin dilatar a pensarlo,
y así nos envolvimos, cual victimas del pecado.
Yo, yo no te echo la culpa, porque yo también la tuve,
pero tú eres la mujer se supone que te escudes;
yo soy como el pescador que siempre tira la vara,
con la esperanza de ver el pez que en ella se encaja.
Mi invitación denegada, yo la hice con amor,
porque sentí que te amaba con todo mi corazón;
para luego comprender que eres fiel a lo mundano,
y que desprecias la fe, para bridarle placer,
a lo que sin duda será, nutriente de los gusanos.
Sí tú me hiciste pecar, como Eva le hizo a Adán,
que la serpiente tentó, con visión a lo carnal;
pero no fuiste a la iglesia bien tomada de mi mano,
pero los dos estuvimos, en la cama revolcados.
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José Miguel (chemiguel) Pérez Amézquita