Mucho se dice que saber escuchar es una virtud. Una virtud es una cualidad, o la disposición de obrar para el bien, ofreciendo lo mejor de uno mismo en beneficio de los demás.
El plan de Dios se establece sobre la virtud, y Él mismo es la Virtud.
Cuando alguien te busca para confiar un problema, lo que está verdaderamente haciendo es abrir un canal de comunicación o de comunión contigo. Este canal se forma desde la vía del interior y no a partir del intelecto. Por lo tanto, si intentas entender ese lenguaje a través de tu intelecto, podrás oír lo que te dicen, pero no estarás escuchando nada, porque son vías diferentes. Al mismo tiempo, tu intelecto estará influenciando tu conversación, añadiendo puntos de vista propios de este, con la intención de “entender” lo que la otra persona te está confiando.
Para saber escuchar debes coger la vía de tu interior, y recibir con amor ese canal que está siendo abierto para la comunión, y este es un regalo precioso.
Cuántas relaciones no terminan con esa reflexión: no has sabido escucharme!
Y las relaciones basadas en el intelecto sobreviven, hasta cierto modo, porque son, ambas, dirigidas por la mente, pero nunca podrán acceder a un estado evolutivo más allá de la propia mente.
Cuando decidas escuchar, hasta tu silencio podrá entenderse…