Raúl Daniel

Quimera...

 

Quimera...

 

Una pena solitaria rueda por la calle vieja,

el sol, apenas naciendo, hace trizas las estrellas,

una esperanza en el aire, zigzaguea

a los fantasmas del temor y la tristeza...

mis ojos abiertos yacen, fijos en una quimera.

 

Es azul, es ignorado, es un pañuelo a los vientos,

es andar por un camino que no contempla el regreso.

 

Es la pregunta de siempre, que aún no halla respuesta,

es la ola majestuosa... es la más serena siesta.

 

Una mano gigantesca, suave, acaricia la tierra,

los pimpollos entreabren sus pétalos a la brisa fresca.

y la mujer (infaltable), hermosísima y esbelta,

me mira (cortando el aire con sus dos navajas negras),

abriendo apenas los labios, para mostrarme sus perlas.

 

Un arroyo, su carrera eterna corre muy cerca,

se oye un lejano motor que parece de avioneta,

mientras jazmines y azahares, sus aromas entremezclan.

 

La pena no encuentra dueño y calle abajo se aleja,

la mujer desaparece tras una puerta cualquiera.

 

Es rojo, es provocado, es espada y es tormenta,

es el abismo profundo a donde nunca se llega.

 

Un ruido que va creciendo nos dibuja la carreta,

el caballo se desboca, pero su dueño lo frena,

y me despiertan sus cascos cuando golpean las piedras.

 

Ahora es amarillo, la realidad que comienza,

el alienante trabajo, la política, la guerra.

 

La pena encontró su dueño... se hizo mi compañera.