Alfonso Canales fue un poeta español nacido en Málaga en el año 1923 y fallecido en la misma ciudad en 2010. En su juventud, comenzó a estudiar dos carreras simultáneamente, con la ilusión de poder cursarlas sin problemas: Filosofía y Letras, y Derecho. Sin embargo, al tiempo entendió que si quería tener éxito en alguna de ellas, iba a tener que decidirse por una sola y dedicarse por completo a ella. Irónicamente, escogió Derecho; se recibió y comenzó a trabajar como abogado, puesto con el que mantuvo a su familia hasta jubilarse. Por otro lado, el poeta que llevaba dentro estuvo siempre presente, produciendo más de treinta libros y varias antologías y haciéndolo merecedor de premios y menciones honoríficas.
Además de su papel como escritor, fue cofundador de la revista Papel Azul y de la colección poética A quien conmigo va. Asimismo, dejó a su ciudad una de las bibliotecas más completas y prestigiosas, que ha sido visitada por innumerables figuras de la Literatura.
Canales aseguraba que escribir Poesía no es una profesión, sino un acto esporádico y absolutamente sujeto a la inspiración. Entre sus libros más destacados se encuentran \"Sobre las horas\" (1950) y \"El candado\" (1956); en 1965, \"Aminadab\" le valió el Premio Nacional de Literatura.
Oh aquellos días claros de mi niñez, aquellos
días entre jardines, entre libros y sueños,
a qué poco han quedado reducidos: las piedras
brillantes al sol alto del dulce mediodía
-¡qué amarilla se ha puesto de aquel sol la memoria!-,
las pequeñas calizas, los cuarzos y pizarras
polvorientas, suaves, bajo los almecinos,
aún tienen un rescoldo de recuerdo en mis manos;
el jazmín del estío -¡qué fue de aquella nieve!-,
que daba olor de fiesta a la tranquila noche,
aún lo siento en el pecho, cuando cierro los ojos;
y el rumor de las olas, lenta, lejanamente,
en mi interior florece cuando llueve el silencio.
Calor, olor, rumores: a qué poco han quedado
reducidos los días lejanos y felices.
A veces el sonido de una piedra, cayendo
en una verde alberca, me hace creer que nunca
debió formarse un hombre sobre aquel que gozaba
sobresaltando aguas tranquilas. Y quién sabe
si hoy, corriendo esas aguas hacia mares futuros,
también piensan que nunca debieron de ser ríos.
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