No me avisen cuando Roma caiga
Les pido que no me avisen cuando Roma caiga.
Espero estar sentado ante el tumulto
de las olas del mar o bajo un árbol,
mirando cómo crecen nuevas hojas
y cómo mi hijo y yo regamos sus raíces.
Espero estar feliz, como cualquiera,
como todos merecen, donde sea
que lata un corazón en cada pájaro,
que cante un niño alegre en cada calle
y que un día soleado nos visite a cualquier hora
y hasta quiera quedarse conversando con la luna.
Les juro que sé bien que Roma existe
y Osaka y Nueva York y Talcahuano,
que miles como yo pulen zapatos,
besan mejillas, leen libros, sacan tierra
y en el espacio abierto echan semillas verdes
de un sueño, de una flor, de un telegrama,
de un muerto libre y fresco y que aún palpita.
Millones como yo habitan el mundo
y han de seguirlo haciendo pese al caos,
al robo inmemorial de los patrones,
al torpe parpadear de los que rigen nuestra especie
y al misterioso mecanismo de la historia de los hombres.
Además estoy seguro de que si Roma cae
hará falta nuevos frutos y esa pala
con que mi hijo abre la tierra firmemente
para plantar tomates y dalias y manzanos,
les aseguro que sé que ningún ministro
vendrá con mano propia por las cosechas o los peces,
que si alguno los reparte a los hambrientos
será como nosotros y sin bandos,
sin votos ni soldados que lo amparen,
sin esperar a cambio ni las gracias,
sino sencillamente que aquellos niños coman.
Y quizás entre aquellos haya alguno
que ni sepa de Roma, de sus leyes,
de su sitio en Europa, de sus reyes,
su Papa, su código, su viejo Coliseo,
quizá uno de ellos pregunte más bien por los trigales
o se haga pescador entre las redes de sus días.
No hace falta, les digo, no me avisen,
no esperen que pregunte qué ha pasado,
cómo se llama el dictador o contra quienes
se han levantado en guerra unos contra otros.
Acá, repito, hace un buen día, cantan,
el mar brilla, es azul su espejo y el del cielo,
quizás yo ya no esté, puedo estar muerto
y en estas tierras ser ya simplemente polvo,
abono, una fracción de combustible fósil,
quizá una nueva estrella que a ninguno le preocupe,
sencillamente un viejo grano en las arenas
del tiempo y la memoria, o simplemente
de la orilla del mar en que viví con mis vecinos.
Por eso no me avisen, no es que sea
idiota, indiferente o poco humano,
no es que ignore mi raza, sus dioses, su legado,
es que en verdad confío en que mi huerta sirva,
incluso más que estas palabras en el viento,
incluso más que el oído que las oye impenitente,
espero que mi mano de verdad sostenga
aún lo que haga falta, cuando este mundo
se halle en ruinas por causa de mi prójimo,
que mi voz nos aliente, que mi flor de alegría
y que ya nunca más vivamos la amenaza
de que una gran ciudad, como Roma o cual cualquiera,
caiga a manos de los hombres, que, como yo o mi amigo,
sembraron sus raíces y sus calles y semillas
en esta amada tierra de la que todos somos
humildemente hijos, sencillamente hermanos.
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24 05 14