Si el amor me llamare,
me marchare, creyendo al cosmos mi atalaya;
que una amante brisa tocare mi piel,
en mi campiña de aguacero y de maizal;
y, en esa travesía de manías indiscretas
deslizanse gentiles duendes
para amarme la tez marchita, que, bronca,
váyase tras los emolientes de puna
que aliviare mi pasado malestar.
Recorrer peregrino tus lejanos valles,
amada de los montes, de las piedras,
de los furtivos ríos perdidos en la mar...
¡Oh! ¡Libres, rústicos, salvajes!
Mis pasos libren mil batallas
que resuenen en las rocas,
que vuelen sus alas al viento
a posarse por las noches
en tu intocable curvilínea
de recatos simulados.
¡Oh! impecable desnudez,
mi bien amada musa.
¡Ah! noches frías que llenaren a mis ojos de locura,
que basaren su fundamento en la esperanza
de un pasado muerto,
y gemidos moribundos,
para aprender de él
y no volver a caer en el precipicio de los ayes:
ayes del ayer,
ayes del presente,
ayes por lo que no conocemos,
y sufriendo en el fundamento de la esperanza
con las manos trémulas y un puñado de esperanza...
Y, si una cálida voz de ternura
me llamare desde las sombras,
me sentare un momento
para los grillos fríos ver flotar,
que se ahogaren en bataholas
y tenderles mi mano tibia
que se erguiría entre recuerdos de otoños,
con puertas que han perdido a los cerrojos...
¡Ah! si una mano me guiare de la mano
tras las huellas cubiertas de polvo,
que se escondieren bajo las piedras,
oiría a mi corazón y a lo que me dictare la razón;
y marcharía cual semental ufano
a revolcarme en la querencia
con la esclava de mi alma que ¡Libertad
gimiere noble sobre las pampas desoladas...
Mientras, algún pastor perdido entonare al viento
un triste madrigal de amores yertos,
renacería yo de entre los muertos...
para respirar amor en el aire. En todo ello,
me levantaría desnudo, imberbe,
con mucha ilusión,
¡Oh! salvaje amada, salvaje amante musa,
a extasiarme entre tus valles...
Autor: Santos Castro Checa
Mallares – Perú
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