A travéz del vidrio, la ciudad late
con sus propias urgencias
personas y vehículos
mueven sus destinos.
En tanto una paloma
parada en la cornisa, mira
como un suicida inminente
que calcula el salto final.
Apuro el café
y cuidadosamente miro
quizá por última vez
la ciudad... y mi vida.
Como esa paloma
parado en la cornisa
como un suicida
miro a la gente, llevar sus destinos.
El vértigo, invade mi razón
y me aferro al espanto
a la fuerza de vivir
a esa paloma, que regresa.
A mi lado, me mira
y los dos miramos
a la gente, abajo
cada una con su sombra.
Arriba un cielo...
sin nubes, azul
infinito de medidas
fuera de escalas.
La paloma me abandona
con seco ruido de alas
y yo regreso
a tomar otro café.