Altivo, bien erguido,
su egoísmo pavoneaba,
muy robusto y engreído
desde arriba nos miraba;
tras oscuros toscos lentes
su fealdad arrinconaba;
retumbaba en mi cerebro
gruesa voz cuando él hablaba.
A su amada, sin embargo,
con fervor idolatraba,
la tenía tan contemplada
que ese amor a ella ahogaba,
la llenaba de sus versos,
mas sus deseos él castraba,
cual si fuese un carcelero
respirar no la dejaba.
En mis sueños les veía
en una senda cuesta abajo,
y la vida, su egoísmo,
alto precio le cobraba.