Cada vez que miro
desde mi balcón el cielo
y su seguro y aparente fin
en el horizonte azul
trazando un azimut
con los seres celestiales
me encuentro.
Traspaso
el velo de verdes hojas
encaramadas en los troncos,
las nebredas y cortijos
se tejen en el suelo
sembradas de esperanzas
con frutos de la fe
cubiertas de maduras semillas.
En las vertientes y ríos
observo a las náyades
graciosas y traviesas
cual gaviotas
en un mar estrecho
de espejos derretidos
que emiten ecos
de energía, rumor, vida.
Las muselinas de algodón
caprichosas se reparten
obedecen a su señor
el viento del norte
con su soplo imperioso
las junta, las dispersa,
mientras tanto
en mi balcón
continúo observando
y una voz interna me dice:
Todo caballo deja
sus huellas al paso.
¿Acaso esto no constituyen
las huellas?.
Pues la naturaleza
y sus elementos denuncian
la gran obra que no cesa.