La noche gime en sus tinieblas,
desparramando hojas en el viento.
Silbidos y rugidos que quedaron
detenidos en el tiempo.
Un tiempo que guarda la memoria
tejiendo el desconcierto,
tantas historias de amantes
caminando por las calles,
envueltos en el traje del misterio.
La noche guarda con avaricia los destellos
de esos amores confesados en secreto,
mientras las gotas de rocío en las flores
dibujan lágrimas y besos.
¿No te has fijado acaso que la tierra
perfuma los pasos del viajero?
Y yo que caminando voy despacio
levanto mis ojos hacia el cielo...
¿Al fin y al cabo que queda? me pregunto.
Dónde van los amores que no fueron.
Dónde va el dolor de las ausencias.
Dónde va el temblor de tanto miedo.
La noche sigue con su canto lastimero.
Desmenuzando cada uno de los versos
que marcaron principios y finales,
ciclos, muertes, pasiones y desvelos.
Arde una luz tenue en las ventanas,
que poco a poco se entregan al sueño.
¿Habrá algún otro desvelado
preguntando dónde está aquel sueño?
No el sueño de dormir, sino aquel otro...
que nos hace vivir siempre despiertos,
esperando que se cumpla en un mañana,
cuando el mañana suena a puro cuento.
Mis pasos se detienen en la noche
y una sonrisa prendida de un recuerdo
me confiesa que es no es tarde ni temprano,
que la vida nos da todo en su momento.
¿Cuánto vale la ilusión? es invaluable.
La esperanza tampoco tiene precio.
Si una vez amamos hay cicatrices
y si no amamos todavía hay tiempo.
Siempre hay tiempo, me contesta esa voz.
Esa voz que siempre ronda en mi cabeza.
A veces se me ocurre que en el pasado,
en otra vida, acaso fui un poeta.
Y me rondan las palabras y las letras.
Me persiguen las rimas y los versos.
Me acosa tras la esquina algún poema...
que quedó mutilado o incompleto.
La noche gime con sus ruidos de fantasmas,
que se arrastran por encima de los techos.
Yo llego a casa y abro la ventana,
no fue suficiente tanta vista al cielo.
Y algo se agita con fuerza en mis entrañas,
algo me hace desafiar al miedo,
porque allá arriba está escrito en las estrellas....
un mensaje que descifrar no puedo.
Cuando el frío me endurece el rostro
y una lágrima se escapa sin quererlo,
me resigno a ser un instrumento
en las manos de Dios y no saberlo.