Al saber que las palabras flotaban
como libélulas en la pradera de mis labios
y me las tragaba amargas, ácidas, calladas,
mientras el corazón de roca se me desmoronaba
en tu ausencia, devastándolo todo,
me vencía mi propio reflejo
cruel espectro de mi sombra
en el espejo.
Al lograr entender el tiempo con sus lunas
eclipsantes, sofocantes en tu ausencia,
y al desentrañar de mi propio olvido
la constelación de mis poemas estrellados,
me derrumbe aún más,
decaí, tan hondo, tan profundo,
que la luz se me hacía odiosa al recuerdo
y tu odio, semilla de mi amor
me acorralaba en un desierto de silencios...
Las golondrinas de tus ojos
volaban en mis ansias
y trinaban un te quiero,
pero no bastaban para llamar la tormenta
y conducirme al refugio de tu vida...
Te extrañe, soles y lunas
playas, llanos, valles, sierras y desiertos,
te extrañe sangre y lágrima
corazón alegre, brumas de tristezas.
Te extrañe, te extrañe, te extrañe,
hasta que rompí de un tajo el mutismo
y lo partí en dos como al limón de mi deseo,
mire a lo alto, en el cielo tu reflejo
y te llame, te reclame, grite tu nombre
y me cortó la garganta
el cristal roto del silencio.