Un día, el amor tocó a mi puerta
y le dije: ¡pasa!
mi aposento está sombrío
revive mi esperanza inerte
en cuyo horno letál no hay una hogaza
de pan, que calme el hambre mía,
entró el amor , bello, fulgente
por un séquito de ángeles guarnido
y terminó por fín mi noche fría
cuando un beso rosado e inocente
de ilusión extremecido
tornó mi noche y soledad en día.
Loa años pasaron y felices
jugaban los retoños que me dieras,
yó al oir el aletear de mis Chirices*
que tornaron mi estío en primavera
trabajé duro, como un pobre buey
para que nada les faltara,
ni a tí ni a mis preciosos chiquitines.
Mas es la ley,
(no siendo cosa rara)
que del mundo en sus festines
la misma cosa rutinaria hastía
y nos empuja a nuevos derroteros
en el hogar de limpieza blasonero
la suciedad de una traición
cobarde se cernía
y sin piedad apuñaló mi corazón...
No dije nada y el mal paso perdoné
tragándome las hieles de mi llanto,
y fué por mis hijos que calmé
los asesinos intentos, mientras tanto
mis cariños acendrados redoblé
a mis retoños los que tanto adoro.
Mas fué a tí la que la sal del lloro
de la conciencia, amada esposa
te tiene postrada en una cama
y solo te dejó el movimiento de los ojos,
ví ajada tu belleza portentosa
que te hiciera brillar como una dama
dejándo solo los harapos horrorosos.
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Tus hijos inocentes se desviven
por endulzar tu dolor que es tan amargo
donde demonios de conciencia viven,
quisiera odiarte y sin embargo
al ver tus ojos suplicantes que me imploran
con ellos de dolor mis ojos lloran,
y aunque por dentro de mi orgullo vano
los gusanos del odio aún me muerden
haciendo de machismo alarde
en las gotas de tu llanto se disuelven
y soporto caer hasta el abismo
de la razón que me acusa de cobarde
y en el altar que de mi amor tan terco arde
¡HUMILDE QUEMO LA VERGUENZA DE MI MISMO!