Asomo de fatiga, de impaciencia
son matices de su personalidad;
gestos con aire reflexivo y llenos de reposo,
autoridad inconfundible.
El esplendor envolvente de la tarde
hace surgir esplendida su figura rubia y esbelta;
que se suma al claro juego de los brillos húmedos
y de las luminosidades transparentes,
atravesando las regiones bañadas
envuelta en el resplandor del fuego que es el sol.
La blancura de su rostro luce con candidez
cuando evoco su mirada, su sonrisa;
ellas se entretejen inseparables
y me hunden en un estado
de imaginación extraña y de voliciones confusas.
Su voz…
con esa claridad tersa pero penetrante,
de pronto inquisidora.
Cuando paseas de un lado a otro
la luz te persigue;
logrando que te integres al paisaje.
Y esos ojos verdes…
que parecen prolongar la luz
del verde de los arboles;
en un fugaz instante
tu pelo son rizos de oro
de dorados relumbres
que bañan el paisaje.
Actitud ostensiblemente irónica
de una contorsión muy femenina,
Insinuante y dócil a la cadencia de cada paso,
de la cual huyo pronto para no marearme.
En su hermosura…
los colores se fusionan y mudan,
la sombra en la luz y viceversa;
la tarde envejece a destiempo
renuncia a su brillo,
se refugia en los atavíos
de los medios tonos.
Con el contacto de su desnudez
se agitan de golpe mis sentidos
como el mar en tormenta.
Cuando sonríe anuncia en pleno
la finura de su espíritu;
y la inteligencia despierta y risueña que consigo lleva.
Autor: Mario Alberto Portillo López.
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Seudonimos: Mayin o Kalipso.