Al borde de un sendero
de abril, era un buen día
que a escondernos jugamos,
saltando de alegría,
evitando los ruidos,
con miedo a ser seguidos,
ocultando los miedos,
huyendo de los ruedos,
tu y yo allí nos sentamos.
Fue junto aquel riachuelo,
entre cañaverales,
al mismo ras del suelo,
ausentes de modales,
mirando con recelo,
los bluyin nos bajamos.
Como dos novatillos
cogidos de la mano
¡a ver quien es más pillo!
-éramos dos chiquillos-
y a los sueños, soñamos.
Cortamos los silencios
y las pausas contamos,
mirábamos al suelo
y al sol mirábamos
para ocultar al cielo
el rubor y el recelo,
y fisgar a los álamos.
-Oye, yo soy piragua,
-mira, tu eres veneno
-vamos, ¿vienes al agua?
-nena,¡ llévame al cielo!
Los peces salpicaban
el agua del riachuelo,
trinaban los jilgueros,
los gorriones cantaban
y hasta el aire sereno
lanzó una suave brisa
envuelto en su sonrisa
y fue así de esa guisa
cumplido nuestro anhelo.
Fueron unos segundos
de temblor y silencios,
de dudas y de prisas,
lágrimas y sonrisas,
de muchos titubeos,
expectación, caricias,
deseos y jadeos.
Y a nosotros el mundo
se nos paró un momento.
Pero fueron rotundos
-nunca olvidar podremos-
Así fue que nos amamos
y alli nos abrazamos
juntando nuestros cuerpos,
nos dijimos ¡albricias!
besándonos con prisas
jurando amor eterno.
- - - - - -
Después de tantos años los cañaverales ya no existen.
Y el rio, ahora cansado, camina cabizbajo, casi seco.
Sólo nuestro juramento ha conseguido sobrevivir al tiempo.