Mi camino es una estela
pintada de reluciente negrura,
es como una sombra oscura
que se esconde entre la bruma.
Ya estoy en ese camino sin vuelta,
nadie viaja conmigo,
se quedan mis mejores amigos,
se quedan mis piedras, mis cactus, mi río;
se queda el eucalipto y el zorzal,
solo mi perro fiel va conmigo,
me lame las heridas
y al mirar mi aspecto aúlla de dolor.
Todos quedan viendo mi partida.
Camino y cada trecho, respiro
este aire contaminado de amargura,
este aire que no es mío,
pertenece a alguien, lo tomé prestado.
Caigo y me levanto, estoy perdido,
con los ojos nublados ,
¿a dónde voy?
No lo sé.
La miel me sabe amarga,
siento frío, en mis huesos,
no sé si estoy vivo,
o es mi alma moribunda que delira,
y estos versos que rezan mi desgracia
son el bosquejo de una pesadilla,
o mi anochecer colmado de sinsabores.
Sembré rosas y coseché espinas,
sembré amor y coseché odio,
sembré afecto y coseché desprecio.
Deambula mi alma, maldecida
por la oscuridad del infortunio
y en mis alucinaciones veo
ramos de flores sobre mi ataúd,
abajo dentro de una fosa,
y antes que arrojen el ultimo puñado de tierra,
ya me estan olvidando.
Quiero que en mi epitafio diga: ”… “,
Mejor que no diga nada,
así nadie se molestará en recordarme.
No estoy resentido, ni triste,
me voy contento, ¿no ven que me muerdo
los labios par no reír?
Tengo pena de ustedes, que se quedan,
tendrán que seguir en esta tierra ajena.
Cierren el ataúd, no quiero que me vean,
tengo vergüenza, estoy pálido,
con los ojos cerrados,
con las manos juntas sobre mi pecho
y con algodonases en las fosas nasales;
no quiero que murmuren de mí,
no quiero que me recen, no quiero nada,
que es bastante lo que me brindaron en vida.
Cierren el ataúd, dejen las luces
con las mariposas circundando
y las que caen una a una
serán las que irán conmigo.
Tomen su café, ríanse; yo ya reí.
No digan que fui bueno, que fui un santo ¿para qué?
No digan nada, en el más allá seguiremos hablando.
Eugenio Sánchez