De: Antonio Card
Ah, pálida pirámide, puerta de los sueños largos.
Yo cerraba su palma entre mis dedos.
Se callaba el mundo con sus verismos amargos
para que ella durmiera aislando miedos.
Mi voz es una flor sobre una tumba
que a la muerte quizás le sirviese de ornamento.
Y es acaso la muerte eso que zumba
igual que un corazón cuando el silencio es violento?
Da igual, noches así le ceñían a la aurora
las últimas estrellas que quedaban.
El tiempo no podía condensar todas las horas
que luego las zozobras devoraban.
Y yo le dibujaba las quimeras
como canción de lluvia, igual de exiguo y de bello;
rosas llenas de nieve, personajes de madera
y ella azul y voraz, ebria de ver todo aquello...
Con sus ojos pequeños y mis palabras en frente
Envolviera su espanto con la nada
Y la viera apagarse... morirse sencillamente
soltándome la mano -la mirada-