Las montañas y estos versos viajeros
van de la mano atravesando el páramo,
alcanzando las huellas del desierto,
siguiendo el vuelo del cóndor
y el reptar de crótalos como castañuelas,
hacen este desplazamiento sísmico
escrutando horizontes promisorios
y elevándose al infinito del silencio.
Las montañas y estos versos telúricos
superan la espuma de las nubes perpetuas
y siguen elevándose entre capas tectónicas
como en una arquitectura de metáforas,
en búsqueda de un beso del insomne astro
para incinerar la angustia de su recuerdo
en erupción secuencial de poemas piroclásticos.
Las montañas y estos versos secos
proclives a la aridez y la deforestación,
cada vez más silenciosos y olvidados
por árboles y lectores,
se derrumban y colapsan
en la agonía de no tener quien los interprete.