Hector Adolfo Campa

La rosa de papel.

Encontré uno de esos juguetes de tu predilección. Era una flor de papel, aquella que compramos en una feria cuando aún nos unía el beso, la lágrima y un \"te quiero\". Al verla en mi mano, mientras le tomaba del talle y le daba vueltas, emanó un aroma impregnado de recuerdos; esa rosa te conocía bien, casi tanto como yo. Recuerdo aquella vez que con ella recorría tu piel, que con sus rosados pétalos ficticios le daba caricias a tus labios que yo creía tan míos como tuyos, cómo matizaban los rosados pigmentos con el rosa nato de tu flor de beso, cómo palidecía la rosa frente a la vivacidad de tu color; tú, quién reunías la esencia de la naturaleza en toda su suavidad, en toda su gama de color, en su pasión irracional y tempestuosa, en su magia que absorbe. Todo eso lo sabía esa rosa casi tanto como yo, por eso temblaba cuando te acariciaba, no temblaba yo, temblaba ella; se ponía nerviosa, diminuta, tan falsa y muerta a un lado de ti, vida de la vida. Recordé como la puse una vez en tu cabello, después de esas seis horas de encantadora desmesura. La imagen de una flor de papel en tu cabello, una flor que se quería robar el aroma de esa cabellera de oro negro, queriendo confundirse con las rosas de plata que brillaban en cada hilo, brillando con el golpe de luz celeste, la luz de tu gemela luna. Pobre rosa, te conocía casi tanto como yo. Aquel día en que arrojamos los platos, destruimos el silencio desgarrando nuestra garganta con palabras de vidrios y espada, con los amores fruncidos y las lágrimas del reproche; recuerdo que la rosa nos miraba entristecida desde un lado de nuestro retrató de recién enamorados, pobre rosa, cómo le debió doler esa escena. Ella te quería, con envidia y con añoranza, esa rosa siempre quiso ser tan viva y preciosa como tú. Ahora miro la rosa y se nota más viva, más real, más colorida. Incluso el talle se siente de verde vegetal y sus pétalos tersos como la seda de la naturaleza. Ahora ambos sabemos que la flor de papel eras tú, que la falsedad era tu esencia, mientras ella, en su entrega e inocencia, se descubría más sincera y hermosa que la animal carátula que escondías tras esa perfección que te envolvía. Pobre rosa, ella también te descubrió y odió, le doliste y ahora se intenta curar de ti y ser cada vez mejor y despertar a la vida tras tu dolido adiós, la hiel que cubrió la rosa en un invierno casi mortal; pobre rosa, te ha sufrido casi tanto como yo.