LIZ ABRIL

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-¿Enamorarse de un poeta?

-No, jamás, ¡cosa rara los poetas! -¿Cómo te los imaginás? - Con un vaso de wisky en una mano, a media luz, con los anteojos puestos y el diccionario al lado, escribiendo en una mesita de luz. - Ja ja ja  - No, ¡en serio! - No sé, me parece que deben ser personas un poco introvertidas, que cuando hablan lo hacen con rima, la verdad me parecen un poco ridículos... - Ja ja ja no creo que hablen con rimas, no, ¿te imaginás? - Lo que me imagino es un chico con el pelo largo, jeens, la camisa afuera y un cigarrillo en la comisura de su boca. Esta conversación mantenían dos chicas sentadas a la mesa de ese pequeño bar ubicado frente a la playa. Mientras Ignacio daba vueltas y más vueltas a la cucharita dentro de la taza de café. Las miraba de reojo y pensaba... Escuchaba su charla y una sonrisa apenas asomaba  a la comisura de su boca. - ¡Deben ser aburridos! Y al decir ésto Claudia se paró, agarró la cartera que estaba colgada en la silla, se puso sus anteojos de sol y con un gesto de hastío se dispuso a irse de ahí. Morena seguía sentada pensando en \"su\" poeta. Hasta que Claudia riendo la agarró del brazo y prácticamente obligó a que se parara, llevándose por delante la silla de al lado, la cual le pegó a la mesa en dónde se hallaba Ignacio, a quien el café que estaba tomando comenzaba a empaparle la camisa. -¡Lo siento! ¡Cuánto lo siento!  - Está bien... Ignacio lo dijo sin mucho convencimiento, tratando de limpiarse con la servilleta, mientras pensaba que debería volver a su casa a cambiarse, que no llegaría a tiempo y que tendría que dejar para otro día la entrevista. Agarró su portafolio y reiterándole a la chica que todo estaba bien se marchó caminando por la vereda de adoquines. Pensando que tal vez, no era el momento, marcó el número en el celular y ofreció una disculpa, le dijeron que programarían una nueva entrevista, pero él sabía que no era cierto, que había perdido la única oportunidad que se le había presentado en meses de salir adelante haciendo lo que realmente le gustaba. Mientras tanto Morena abrió la puerta del edificio, recorrió el largo pasillo y subió al ascensor pensando en que lo primero que haría sería darse un baño y sacarse de encima la mufa de ese día. Había querido apartar de su mente las palabras de Claudia, pero resonaban en su cabeza:\" deben ser personas aburridas, propensas a la melancolía, tratando de estar solos para sentarse a escribir, mientras vos lo que querés es estar con ellos\"  Todo eso le había dicho a medida que caminaban rumbo al trabajo y a ella, en verdad le había costado trabajar, apartar los pensamientos de todo lo que había vivido en unos pocos días. Cuando entró a su casa lo primero que vio fue la notebook arriba de la mesa de la cocina y se sentó sin meditarlo siquiera, se había vuelto como un vicio, si, eso era, era una adicta, adicta a esas conversaciones con un desconocido que la hacían soñar. Todo había pasado de casualidad. Aunque ella no creía en las casualidades, todo debía haber pasado por algo.  ¿Sería así? - ¡No puede ser! Y diciendo ésto en voz alta se dirigió a su habitación, sacó el toallón del ropero y acto seguido, a medida que iba dejando su ropa por el camino se metió en la bañera. Quería pensar...  Había entrado por error en una página dónde la gente se conocía, hacía amigos y  a veces algún otro tipo de relación. A ella nunca le había convencido conocer a alguien por internet, pero le llamó la atención y por curiosidad hizo clic en una pestaña que le pedía poner sus datos. Hizo todo el registro y eligió un nick: mariposa En el momento que estaba empezando a leer algunas características de uno de los hombres que tenían su foto en exposición, apareció un mensaje -¿Nos conocemos? El mensaje titilaba en la pantalla. Y no pudo evitar responder. - No Y así había empezado una larga charla, mensaje va mensaje viene. Le había contado cosas de su vida, de sus sentimientos. [email protected] también. Y desde ese día, todos los días charlaban hasta altas horas de la noche. Se reían de sus ocurrencias, compartían las cosas que a ambos les gustaban. Él le enviaba algún poema y ella alguna canción. Habían llegado al mutuo acuerdo de mantener sus nombres en el anonimato. - ¿Enamorarse de un poeta? Volvió a repetirse la misma pregunta. Aún no lo conocía personalmente, incluso él le había confesado que la foto de la página no era la suya. Y ella había puesto como foto un ángel con las alas de fuego. Cómo podía uno enamorarse de alguien sin verlo. Cómo podía uno enamorarse de alguien sin tocarlo. Sin besarlo, sin abrazarlo.  Salió de la bañera, se envolvió en el toallón y descalza fue otra vez a la cocina. Se preparó un te de hojas de durazno y se sentó frente a la computadora. - Hola - Hola! ¡te estabas demorando! - Si, ¡tuve un día agotador! - ¿Qué pasó? Y ahí estaban otra vez, hablando de sus cosas. Él le contó que ya tenía todo listo para publicar su libro, pero que le había ido mal con los editores. Había jugado un rato al tenis con un amigo, después de salir de su trabajo.  Era difícil para él vivir en un mundo donde todo giraba alrededor del dinero, de los números, de las transacciones. Un mundo lleno de papeles en los que no podía o más bien no debía escribir poesía. Hasta las personas se volvían solamente un número. Número de legajo, número de documento, número del seguro...  Él sentía también que a veces, era sólo un número. Y no quería, quería dedicarse a escribir. Quería ganarse la vida haciendo lo que más le gustaba. Morena nunca había leído nada así de su parte. Pudo percibir a través de la pantalla su disconformidad, un dejo de tristeza mezclado con un profundo deseo de cambiar de vida. De repente el preguntó - ¿Nos encontramos? -¿ Te parece? Fue todo lo que atinó a decir. - Si, quiero verte, quiero terminar con ésta incógnita, quiero tocarte, ver si sos real o si me lo estoy imaginando. Quiero mirarte a los ojos. Y le dijo que si. Porque no sabía cómo había pasado, porque por más ridículo que pareciera se había enamorado de aquel hombre.
El corazón le latía fuerte sólo de ver su nick en la pantalla.
Realmente era increíble que algo así pudiera pasar.
Una brisa suave jugaba con los largos cabellos de Morena, sentía mientras caminaba que le temblaban las piernas. Quería caminar con paso firme y no lo conseguía. ¿Y si no le gustaba? Tal vez juanpoeta se había formado otra imagen en su cabeza. Quizás él seguiría de largo al verla. Quizás estaba demasiado gorda, demasiado grande, demasiado vestida, demasiado pintada...
Tuvo la terrible tentación de pegar la vuelta y terminar todo antes de empezar. Sus ojos marrones quedaron totalmente fijos en la figura que estaba esperándola en el barcito de la playa. Apretó con fuerza sus manos dentro del bolsillo del saco, porque un escalofrío recorrió todo su cuerpo.
Ignacio tenía los ojos fijos en algún punto del horizonte. Era tan bello el paisaje, los tonos del ocaso se juntaban en esa línea imaginaria con el color del mar. Se había sentado en el mismo lugar que había ocupado en la mañana cuando una de esas locas le había echo derramar el café, por eso no pudo ver a Morena cuando se acercaba.  Ella tocó suavemente su hombro y cuando él se dio vuelta, quedaron atónitos. - ¿juanpoeta? -¿mariposa? - ¿Eres...? - si... ¡el mismo de esta mañana! - ¡Tiré tu café! -¿Te llamas Morena? -¿Cómo sabes...? - Te sentí hablar con tu amiga. Yo soy Ignacio, en realidad mi nombre es Juan Ignacio. Ella recordó su valija. Él recordó su pregunta: ¿Enamorarse de un poeta? Recordó toda la conversación y comenzó a reír. Morena pensó que su risa era maravillosa. - No tomo wisky, ni escribo en la mesa de luz. Ella sintió que el color le subía a las mejillas y se expandía en el resto del cuerpo. Había pasado rápidamente del escalofrío a aquel estallido de calor. - Yo si estoy enamorado. Le confesó tomando sus manos. - Y0... No pudo terminar la frase porque los labios de él encontraron su boca primero que las palabras. Fue un beso largo, que precedió a muchos otros. En realidad parecía que no podían dejar de besarse.  - No te imaginaba así. Dijo Morena con un hilo de voz. - Yo tampoco Dijo Ignacio mientras apartaba un mechón de cabello que ella tenía sobre los ojos.
Ninguno de los dos correspondía a la imagen que el otro tenía en su cabeza, pero la pasión había estallado atrapándolos y haciéndoles cerrar los ojos. La incógnita estaba resuelta. Enamorarse de un poeta resultaba bastante peligroso. Pero ella ya estaba enamorada, la habían enamorado todas esas charlas a media luz cuando la mayoría del mundo dormía y ellos se contaban sus viejas historias. La habían enamorado sus poemas. La habían enamorado todos esos besos, los besos virtuales y estos otros que se estaban dando con el mar como mudo testigo. Habían estado uno al lado del otro esa mañana, sin darse cuenta.  Dos desconocidos que hoy se encontraban para dejar de serlo. Entonces se lo dijo: - ¡Yo también estoy enamorada! Y ambos como de acuerdo, se fueron del bar abrazados a caminar por esa playa. Caminaron hasta que el cansancio al atardecer los tumbó en la arena. Y allí, con el cielo como mudo testigo hicieron el amor apoyados en las rocas. No les importó más nada que dar rienda suelta a la pasión que hasta ahora sólo habían desparramado en las palabras.
Después... ¿importa el después cuando los cuerpos hablan al unísono con las almas?
Después la vida se encargaría de escribir el resto.