Una mañana...
Entonar esta dulce balada
¡qué de vicisitudes supuso!
En todo estábamos inseguros
tú y yo: letra, tono y melodía;
la voz nos salía mortecina.
Cuando inesperadamente
una voz sublime en las alturas,
y otra fino eco haciéndole,
surgieron en nuestra ayuda,
suspendiéndonos las mentes.
Yo digo que cada uno
tenemos como un nítido espejo,
un prístino ideal en el Cielo,
que refleja nuestro yo profundo,
tal cual lo pensó el Eterno.
Y aunque aquí abajo
nos detengan los recelos,
fuimos predestinados a amarnos
en nuestros angélicos modelos,
que el Hado enlazó desde el comienzo.
¿Seremos capaces de prestarnos
a esa intimación de lo Alto,
deponer susceptibilidades
y juicios superficiales,
para al fin enamorarnos?
¿O será esta canción como otras,
de las que no queda rastro
de su original destinatario?
¿Será otra ilusión rota
o que disipó la aurora?
No, una mañana
despertaremos enamorados;
la desconfianza
será pesadilla del pasado
que disipó el alba.
Sí, una mañana
rayos de sol fundirán el hielo:
mi alma a tu alma
la unirá en rapto de amor el Cielo,
contra el cual no hay arma.
¡Fuera ya mañana
el plazo fijado por el Hado!
Y a hora temprana,
pues mi corazón lo ha arrebatado
ya esa tu voz blanda,
tu tierna mirada,
tu sonrisa cálida...