Nuestras almas eran los cántaros
en los que depositábamos los versos,
después de fusionar letra a letra
como quien mezcla cal y arena.
Forjamos un estilo diferente,
su profundidad y mi nostalgia
le dieron a los versos un raro equilibrio.
Estábamos unidos
con un pacto y con un un sello.
Y así, noche a noche, hora tras hora
deseando que nunca amanezca,
unidos, íntimamente unidos
por amor a a la poesía.
Eso era lo más bonito, lo más limpio
sin espacio a la doblez de sentimientos;
sin espacio a malos entendidos.
Unidos por un verso compartido,
por un silencio de siglos
que quisimos romperlo con voces
de alegría germinada
en los albores de la esperanza.
Y ya no estábamos solos;
y ya no estábamos tristes.
Éramos mil sueños compartidos
y fuimos un poema fusionado
creado con la complicidad
de las sombras y el silencio de la noche.
Un poema que nunca tuvo un verso final
y que quizás, hoy se ha vuelto triste…