CULTIVANDO ROSAS BLANCAS
La tierra de mi jardín
la traje del camposanto,
está repleta de espinas,
de helechos, cactus y cardos.
En ella sembré mil rosas
y les presté mis cuidados,
como un buen floricultor
las regué enamorado.
Dediqué a ellas mi tiempo,
mi poesía y mis brazos,
las abone en amistad,
las adorné con halagos.
Mas el fantasma de la envidia
siempre me estaba acechando,
y un día me fui a dormir
y alguien se metió en mi campo.
Y sembró allí cardúmenes,
sembró odio y desencanto,
sembró cizaña en mi tierra
y se escondió tras del prado.
Desperté y vi las peñas,
los piedrotas y el vil daño,
el que sufrieron mis rosas
las que tanto hube amado.
Y allí me puse a llorar,
a lamentar mi fracaso,
a tratar de olvidar
todo ese dolor causado.
!Oh cuan difícil tarea
mi enemigo me había dado!
la labor de reempezar
con mi jardín destrozado.
Recibí de Dios paciencia,
paz, compasión y su mano,
y uno a uno arranqué
de mi tierra todo el daño.
Los cardúmenes los pusé
a las afueras del campo,
al odio le inyecte
todo el amor que había ahorrado.
El desencanto torne
por la alegría y el canto
la cizaña la quemé
y sembré trigo en el prado.
Mis lágrimas las tome
y las regué esperanzado
por mis rosas, por mis flores,
por mi jardín tan amado.
Y un milagro sucedió,
todo me fue restaurado,
los pajaritos vinieron
y los trinos comenzaron.
Los conejitos, abejas,
insectos ya habían poblado
con su esencia mis caminos
y la calma hube encontrado.
Ahora cada mañana
el sol sale con el alba,
y yo despierto tranquilo
y cultivo rosas blancas.
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