Perfila en el limbo del universo infinito,
el azul rostro de su cielo, y en los estratos
inferiores su corteza de ocre se dibuja.
Si el observador que en las profundidades
se aventura desde la noche eterna del Cosmos
se aproxima, descubrirá su verdor durante el día,
y por las noches, como remedo de estrellas siderales,
las manchas luminosas de ciudades.
Sobre la aparente nada suspendida, y con su luna,
gira en torno de a la masa brillante de su sol
cercano y le acompaña girando en su eterno
devenir por la galaxia. Cuna de la vegetación,
de mares de arena y de agua recipiente,
alberga en su interior, animales sorprendentes.
Crisol crujiente por conflictos de los hombres,
afectada, transfiere por momento sus gemidos,
a la frágil corteza que soporta y perfila sus montes,
y tiembla como si de aquellos conflictos se quejara.
Así es la cósmica nave que transporta, la única
forma de vida conocida, que a ella, hace
millones de años constante y pertinaz se aferra.
Así miro este hogar al que llamamos Tierra.