La goleta, corta el mar como un cuchillo la carne y observando la herida, el marino piensa en los por qué de la vida.
Su brazo cuelga de la soga, casi en la misma tensión, formando una estructura con la nave, mientras miraba en proa las espumas rizadas desplazadas por la roda.
Sus ojos hipnóticos, poseídos por el oleaje, hablan del abandono en que se había sumido, lejos del mando de su barco, el marino se dejaba embargar por los recuerdos.
Nadie sabía cuales eran, ni por qué lo ponían en ese estado, la tripulación, ante el hecho, solo podían dejarle y no se atrevían a molestar.
Habían pasado ya dos horas, que él estaba parado sobre la proa, inmóvil, desafiante al vértigo del incesante paso del mar, cuando aparece la pasajera, sobre cubierta, buscando anhelante al marino, para hablar con él de los avances de la navegación y de cuantos días faltaban para el arribo a destino.
Cuando lo vio, rápidamente se dirigió hacia él y tocándole el brazo, le pregunta si podía hablar unos instantes.
Bruscamente, el marino, da vuelta su cabeza, que el viento, hacia semejar una medusa. Con los ojos enrojecidos y balbuceante atina a decirle a la dama, que lo acompañe a la cámara, donde le mostrará las cartas de navegación. Dicho esto con una expresión de infinito dolor, que no pasó desapercibida por ella.
Ya en la cámara, recompuesto y tomando té, le indica, cuál es el cálculo estimativo de arribo a destino, cuándo ella, con aparente torpeza, le pregunta por qué estaba tan absorto mirando el mar.
El marino, la observa con calma y deja pasar una eternidad, hasta que comienza a decir, que lo que estaba haciendo, era ver el comportamiento del agua, la característica de las espumas, al ser batidas por la roda, en busca de indicios que le llevaran a saber de las criaturas del mar profundo.
Tan hermética explicación, dejó sin palabras a la pasajera, solo sus ojos, medían la preocupación que sugerían esos dichos. Impensadamente, la dama en el límite de su dominio, le dice, “le ruego que me diga la verdad...”
Los ojos enrojecidos del marino, tratan de ocultar el temblor de sus manos, al llevar la taza de té a sus labios...