Doce de Abril (Romance Épico)
Don Ramiro, ojos azules,
fina y recortada barba,
rizados negros cabellos
que con los ojos contrastan,
leal caballero del rey,
señor del Condado “El Alma”.
El primoroso bastión
se yergue en la lomada,
el foso que lo rodea
que trae del río, agua:
peses de escamas doradas,
camalotes, lo engalanan.
De “El Alma”, la fortaleza
tiene su fiel atalaya,
que en la altura se halla
escrutando el horizonte.
Por la llanura, el monte,
el río y la laguna,
los caminos aledaños
y la lejana colina
su vista ve y adivina,
atisbando lo extraño.
Centinela firme guarda
la fortaleza de “El Alma”.
Se han reparado los muros,
se han fabricado alabardas,
cascos, espadas, escudos
y toda clase de armas
... y colocado en la torre
al más valiente soldado.
II
La diminuta figura
viene, el polvo levantando;
el jinete espolea
al veloz caballo blanco;
hay urgencia en el mensaje
que ya levanta en su mano.
Da la voz el centinela,
mueve la rueda el portero
y, avisado el señor,
reciben al mensajero.
En el patio, plaza de armas,
lo detiene un escudero
que, por la orden llevada,
escudriña cinta y sello.
Hace esperar al cartero
al que atiende una mucama,
y se dirige al recinto
donde está el señor de “El Alma”:
Don Ramiro, Conde de “El Alma”
que junto al rey batallara
en ciento veinte batallas;
justicia y honestidad,
más valentía en su espada,
ojos azules... y estampa.
La tan importante carta,
ya sabía, es de su amada
que, enferma por sus amores,
a su lado lo reclama.
Dice la breve nota:
-“No puedo sin ti vivir,
dame tu vida o me muero”.
Luchan del señor de “El Alma”,
en su interior, las pasiones
y ganan las emociones
que a su precaución desarman.
III
Se prepara comitiva
de doscientos caballeros,
con sus lanzas y adargas;
se cuidan bien los detalles
y, otra vez, las puertas se alzan
para el comienzo del viaje.
Las armaduras de hierro,
rojas plumas en los cascos,
el estandarte hacia el cielo,
orgulloso, en el mástil:
Es un corazón bordado
al centro de un lienzo blanco.
Dirigiendo tanto garbo,
al frente, va el señor
al son de ochocientos tambores:
¡los cascos de los caballos!
IV
Ya cruzan, por el vado, el río,
ya la colina pasaron,
no los ve más el vigía
y se relajan sus brazos,
mientras su mente batalla
con un obscuro presagio.
Fresco aún en su memoria
el sitio en que repelieron
a los del otro condado
vecino, sus enemigos,
que la venganza juraron.
Don Ramiro, fiel al rey,
aún más fiel enamorado,
quiere ver a su doncella
que le reclama sus brazos;
deberá viajar tres días
para llegar a su lado.
V
Mil traicioneros lanceros
los esperan emboscados
y también cuarenta arqueros
con dardos envenenados.
¡De nada valió el palacio
del enemigo guardado!
... de una mujer los amores
son el más perfecto lazo.
... Alma, ¡no tienes cuidado
ni haces de nada caso!
Al pie del pequeño cerro
donde fueron atacados,
yacen los doscientos bravos...
pastan lejos los caballos...
el estandarte en el suelo
hecho jirones ¡ensangrentados
pedazos del otrora lienzo blanco!
ojos azules tenía...
Don Ramiro, El Hidalgo.
Señor... no guardaste tu alma
en tu seguro palacio...
Y ahora eres el aire
que por los montes y prados,
silbando, cuenta a los árboles
de tu amor traicionado...
La tierra tragó la sangre,
nadie cobró la venganza,
los cuerpos fueron la presa
de fieras de la comarca...
Esparcidos por doquier
se hallan yelmos, cintos, mallas
y los astillados restos
que fueran doscientas lanzas...
Domingo, doce de abril
del mil ciento treinta y cuatro.