Raúl Daniel

Pecando a conciencia

Pecando a conciencia

 

Te conocí una mañana luminosa y espléndida.

Tú entraste en la iglesia visiblemente nerviosa,

como quien está pecando a conciencia.

Tus ojos bajos, puestos en la infante que llevabas a bautizar.

Atrás de ti, sus padres, y bastante más atrás,

el que adiviné: tu marido, (por su forma de mirar).

 

Es que los celos enfermizos tienen esa manera peculiar

de hacer todas las cosas, aún las religiosas.

En el acto comprendí todo y traté de mirarte a los ojos;

aún cometí el arrojo de acercarme y toser.

Casi todos me miraron, tú no.

 

Eras hermosa, aún sin pinturas en el rostro,

sin ropas llamativas, casi escondida en un “no dejarte ver”.

me interesaste, aunque tal vez no como mujer,

sino tu caso, tu caso de esclavitud moderna,

atrapada no por cadenas

sino por trampas de tus propias piernas.

 

Estabas haciendo de madrina, ese año no te tocaba a ti,

aunque el anterior sí, y el próximo, seguramente.

Siempre me he preguntado que pasa por las mentes

de los carceleros del amor. De esos hombres

que toman a la mujer como una posesión.

¿Serán, tal vez, transferencias de sus propias transgresiones,

en pensamiento o reales infidelidades?,

¿O serán ellos, simplemente, acomplejados que temen

no poder retener a sus amores por sus propios méritos?

 

El caso es que te fuiste envejeciendo prematuramente,

a fuerza de tener hijos, a fuerza de vivir encerrada;

tu vida, tu triste vida, fue un martirio;

¡todo a cambio de un poco de mal sexo por las noches!,

¿Y el amor?, muerto ya, sólo quedaba la inercia.

Un cíclico ritual ahora te ocupaba: Maternidad, lactancia,

escolaridad, y lo peor, problemas de la adolescencia.

 

Tu cintura de avispa, de reina, de ese primer día en que te vi,

se ampliaba para dar vida, pero retrocedía menos cada vez,

y hoy te ves muy distinta.

 

Con el paso del tiempo, él fue perdiendo el interés,

pero le quedó el machismo y la manía de los celos.

Tú sabes hace mucho que tuvo un hijo con otra mujer.

(Lo que te extrañó fue que ni siquiera lloraste,

y ahí te enteraste que tú también

lo habías dejado de querer).

 

Pero el alma necesita cosas

que no son cosas que se puedan comprar.

Por eso fue que Dios inventó las rosas,

y también es por eso

que los poetas necesitamos cantar.

 

Nadie tiene derecho a preguntarte cómo ni cuándo,

es solamente que un día sucedió,

tal vez sin querer se rozó tu mano

con la mano de alguien y te sacudió un temblor.

 

Cuando la pasión llama a nuestras puertas

y abrimos éstas, no sólo entra el amor,

¡también entran los problemas!

Y tuviste que mentir,

fingiendo que seguías siendo buena.

 

Las ausencias de él, te daban la oportunidad,

inventaste un trabajo, (una casa que ibas a limpiar),

todos lo creyeron, tú, siempre sumisa,

siempre ocupada en tu hogar,

¡imposible dudar de tu fidelidad!

El mediocre pensaba en su ignorancia:

“Desarreglada y gorda, ¡Quién se va a fijar!”

Y no sabe que hay hombres que miramos

¡un poco más allá!

 

Mucho esperaste en tu inocencia,

pero te hicieron comprender que no era tarde,

que si un fuego se apaga, otro arde,

que los cuerpos son del amor,

¡no propiedad de alguien!

 

Escondidos entre tus carnes, tus entrañas,

estaban rescoldos de ternuras doloridas,

estaban sueños de besos y caricias,

estaba tu timidez enojada, ¡restos no marchitos

de las simples alegrías de una niña!

 

Y te entregaste a las nuevas experiencias

que ahora se ofrecían,

llegaste a la hora del desquite, no venganza,

(es tonto vengarse de la ignorancia).

Simplemente, es que: ¡comenzó tu vida!

 

Y yo, desde lejos, te sigo mirando…

y pidiendo a Dios, ¡que te bendiga!