En la vida descubres cosas, en ti mismo, que antes no te habías dado cuenta o quizás siempre han estado ahí o las has adquirido.
Los años, el trabajo, las experiencias vividas, las diferentes relaciones que se viven te hacen cambiar y ver las cosas desde otra perspectiva. ¿Podremos llamar esto madurez?
Me rimbomba dentro, la frase de una amiga argentina, con ese acento que particularmente me gusta:
“Defendé tus cosas, por más locas que te parezcan, porque si vos no las defendés,
no te las defiende nadie.
Expresión profunda que refleja lo aprendido en la “universidad de la vida”. Frase sostenida por una experiencia profunda existencial.
Mi amiga es lo que llamaríamos: “un ser libre”. Aclaro que ser libre no es “hacer lo que a uno le da la gana”, esto sería libertinaje, sino una persona que no tiene prejuicios, que es ella misma respetando a los demás, que sabe cuando hablar y cuando callar, que ama la vida y la disfruta, que sabe ser feliz compartiendo con un amigo sea un par de huevos fritos con arroz (mi comida favorita) o langostas con caviar, ya que lo importante para ella, es el momento y el compartir. Una mujer, que, como decimos popularmente: “se arropa hasta donde le llega la cobija” para expresar, que se adapta a las circunstancias. Exigente, cuando tiene que serlo, comprensiva si es el caso. Mano fuerte que acaricia y sostiene o que apreta y da una cachetada si es necesario. Que no esconde ni tiene vergüenza de sus lágrimas y pide ayuda cuando la necesita.
Esa frase desde hace días ronda mi mente, porque contiene una gran verdad.
Pasamos el resto de la vida complaciendo, trabajando, haciendo felices a los demás, ayudando sinceramente a otros, pero ¿y nosotros qué? Sobre todo cuando te das cuenta que vives en una sociedad (estuve tentado a escribir \"dentro una Insituciòn) , en la cual eres importante en cuanto “haces” y no en cuanto realmente “sos” (como diría mi amiga en su hermoso y elegante hablar). Que para que seas valorado tienes que pelear tumbando a otros, olvidándote de la solidaridad, entrando en el mundo oscuro de la competencia sin tener compasión.
Comienzas a reflexionar por el sentido profundo de la vida. A reconciliarte profundamente contigo mismo, con los otros y con el Otro. Despojándote de tantas cosas superfluas, sintiendo la necesidad profunda de buscar lo esencial en tu vida, ¿qué es lo esencial? Nadie te lo podrá decir, eso lo descubres tú mismo, está dentro de ti. Sientes el deseo de mirar el futuro acompañado y ya no solo, de construirlo en dos.
Conversando con esta gran amiga, la llamaremos Rosa, comentándole el amor que siento por una persona especial y las dificultades que hemos y seguimos enfrentando para poder estar juntos me decía: “El amor es un milagro nene, no le des la espalda”. ¡Mi querida Rosa! ¡Te amo!
Siempre he pensado que Dios habla, se hace presente en nuestras vidas, no solo encerrado en una iglesia (creo que en muchas ocasiones huye de ellas o al menos de algunas) sino y sobre todo, en la vida cotidiana: en la sonrisa de un niño, en el anciano que encontramos en el camino, en los momentos de soledad y silencio, en quien nos pide una limosna, en un tramonto, a través de un(a) amigo(a), en un consejo o una palabra suelta de un desconocido, a través del dolor, de la enfermedad, de los problemas. Un Dios que siempre habla. Somos nosotros los “grandes sordos” o “los grandes egoístas” que solo nos escuchamos a nosotros mismos, encerrados en nuestro pequeño-gran ego.
Hoy quiero dar gracias a Dios por Rosa y en Rosa, darle gracias por todos los amigos y amigas que tengo, sean presenciales o virtuales, creyentes o no.
Esos compañeros, compañeras, de camino que nos ayudan a enfrentar y discernir la vida. Por los que ya no están en este mundo, por los que perdí en un ángulo oscuro de mi vida, por los que vendrán…
En tu infinita misericordia, protégelos Dios mío, dales salud, fuerza, esperanza, ganas de vivir y a mis poetas, poetisas, mucha inspiración y ganas de escribir. Amén.