Allá donde la lejanía se pierde en el azul profundo de la tierra y las nubes se encaraman entre los picos desgastados por el aire gélido de la sierra.
Los arboles apenas logran distinguirse con esas siluetas amorfas, paradas ahí desde dios sabe cuándo, testigos silenciosos de los ciclos de la vida.
Más arriba aun, entre el viento indomable se mueven las aves, como si el peso de su cuerpo fuese solo imaginario, tan cerquita del cielo que desde aquí son diminutas.
En cambio aquí tan enraizados en la tierra uno puede sentir como se sostiene el suelo y la pena que trae el aire cuando mueren las flores.
Aquí entre el abono que fecunda los brotes nuevos y las semillas regadas entre los surcos, la vida se sustenta.
Nomás que allá de tan lejos uno no alcanza a vislumbrar lo que ya ha visto crecer bajo sus pies.