Dios estaba en tu bendición. Lo mismo que el silencio.
Dios era un silencio de manos grandes.
Una epígrafe de idiomas anteriores
que nos hacían hablarnos como dos extraños.
Nuestro amor era un desconocido
arrodillado ante nosotros.
Padre nuestro, que así sea.
Bienaventurados, los que se aman
y pueden tocarse. Bienaventurado
el beso que se vierte como sacrificio
de la otrora ofrenda.
Bienaventurado el amor que nos queda
para llorarlo en la noche.
Y echarle la culpa por ser de párpados
abiertos a la realidad de quien nos espera.
Bienaventurados, amor,
los que pueden verte, los que escuchan
caer tu risa en medio de una sala
y no saben que existe, y no saben
que alguien por ella,
marcó un instante de sueño
por un espejismo de vida.
Bienaventurado mi amor, bienaventurado mi amor que sucumbe al poema y lo deja lleno de espacios. Tu nombre es una ausencia que todo lo cubre, como un manto de cuna para dormir abrigado. Sin temor, sin temor a que la noche sea de nuevo una vigilia de recuerdos prendidos sobre una vela. Al llegar la mañana, todo se desvanece. El incendio no llega.
Amor, amor de mí. Mírate en mi nombre, pronunciame al escribir del clavel que se duerme, de la pequeña niña que suelta tu mirada cuando ya ha superado el miedo de no tenerte en ese espacio onírico que se parece tanto a la realidad. Tampoco estabas, tampoco estabas en ese mundo de ruedas imposibles, de animales trazados con la pluma del trauma. Tampoco estabas amor. No había manera de escapar de nuestras fronteras.
¿Qué haré yo sin ti? ¿Qué era de mí sin ti?
El mundo era esto. Un irse, un venir, un caos de inercias, de estáticas volando como pájaros muertos sobre mi sangre. El mundo era una mirada gris. Un espejo compacto de sombras dibujadas en la pared del insomnio. No había manera de mirarse sin invocar a la sombra para que sea quien viva.
Hasta que...te asomaste en mi miedo, te hiciste piel sobre él y yo te di un nombre. Te llamé amor, te llamé padre al estrechar tus brazos, te llamé deseo al sentir mi cuerpo que se emergía de su cárcel para liberarnos en un beso. Te llamé lucha cuando todo era un imposible y cuando te llamé imposible, seguí luchando porque eso se hace por los sueños. Dicen.
Ahora te llamo distancia. Te llamo distancia y se cierran las puertas y el miedo te transfigura en una noche colmada de acertijos. Te llamo distancia y se alzan como monolitos, los otros y los otros son esos que siempre estuvieron y a los que no quisimos vencer.
Te llamo distancia y el amor es un dolor de cortinas cerradas, de países desiertos, de gentes indescifrables.
Te llamo distancia.
Cuál es tu nombre?, lo preguntaste en un poema
Y quizás llegue el tiempo de hablarlo en voz alta.
Quizás puedas gritar con toda la valentía el nombre de quien amas.
Quizás en otra vida, quizás en otra vida.
Podamos estar juntos y la lejanía no sea un pretexto tonto que inventamos también, para perdernos en lo que siempre fuimos. Y seamos esos -eso que somos- que tanto quisimos ser.