LA MÍA GACELA
Qué sed tengo de tu boca
y del suave cráter de tus senos,
sed de tu angélica luz,
cual lámpara de mis cielos
y resplandor celeste
de mi sensible amor más bello.
En cada poro de mi piel te palpito,
te presiento y te suspiro y rozo la pasión
de una locura enamorada
y lloro atado por no saciarme de tu boca,
de tu boca amada mía, de tu boca,
que ha llegado a consumirme
y a volverme el alma loca.
Qué cerca os quisiera tener
para adoraros y devoraros
ese dulce e inusitado solaz de vuestro amor
enajenado y poder colmar el anhelo
que me consume y me aflige
en el más profundo empeño
de bajar a los ríos de tu cuello,
y descender a las playas de tu vientre,
para morirme y enloquecer
en el triángulo de la muerte,
y luego ahogarme
en las cálidas delicias de tus ojos
y llegar hasta tus pozos y ardientes
y aguas de tus profundidades.
¡Oh, dulce canela amada y doncella mía!
Tu boca de mármol, de nácar y perla,
tus muslos de pórfido, de rosa y de fresa,
y en tus dunas blandas donde brilla el fuego,
se ven dos columnas de cera y de bello
y floridos nidos y un bosque negro;
paraíso mío, la muerte del beso.