El flaco García jamás había errado un penal. Era una leyenda.
Se detenía unos segundos frente a la pelota como un penitente ante su Dios.
Ensimismado, abstraido, como un creyente espiritista frente a la eminencia del mas allá.
Miraba la pelota como Newton a la manzana, reconcentrado como Hamlet ante la eterna duda, como el propio Einstein sumergido en las abstrusas dimensiones del universo.
Entonces llegó la final; faltaban minutos para que terminara el partido.
Era 0-0, pero necesitaban ganar. ¡Penal!, a favor. El flaco García lo pateó. La pelota por arriba del travesaño....¡Lo erro!...
Carajo, siempre lo pateé al bulto y siempre entró; justo ahora, para asegurarlo, ¡lo pensé y lo erré!.
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