RICARDO ALVAREZ

EL HOMBRE DEJA SU DESTINO

 

Insolentes aguas del rio

que hieren los sonidos.

Visten de harapos los colores

del pavo real atormentado.

Secuestran las risas

bajo los puentes que unen lo urbano

en las húmedas ochavas,

donde la ciudad se ahoga y

los árboles se atontan con la brisa/

 

A un hombre de gastada etiqueta

lo fatiga el peso de ser hombre.

 

En los bolsillos no pesa el cobre y

se partió en mitades su amuleto.

Otro anda con canas sucias,

vestido de luto negro,

la barba se le endurece

a la intemperie del viento frio.

Lleva el oxido en su sombrero.

La corbata desgreñada.

Emprende su retirada

con el cuello desteñido de azules marcas.

Quizás por el sudor de la camisa

o una lagrima evaporada

que subió de las glándulas.

 

La cima tiene huecos sin nombres,

raíces de grito y hojas de estaño,

sombras de luna, bocas sin ancestros,

mamparas donde la vista se desangra y

en débil equilibrio andan los pies

del hombre que repite rito de antaño/

 

Evoca una confluencia de nombres ajenos.

Su alma dibuja un control desvariado y

en el espejismo del rio enumera sus años

El plano vidrio lastima sus espejos

y bajo una nube de dedos su entrecejo…

va quedando sin nombre y sin sueños/

 

En la ribera del ancho rio su cuerpo insomne

es un abismo colosal donde respira la muerte/

No hay ecos en las aguas que repitan voces y

el hombre deja su destino en las palmas de la suerte/

 

 

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