Echó su red el pescador
al mar, la echó con la intención
de llenarla simplemente
de la pesca diaria
por el constante afán
de llevar los peces a la playa,
y entregar la pesca
al patrón de la barca.
Tiraba la red al agua
simplemente, porque en su corazón
de pescador, lanzar la red
para pescar, era lo más
natural de hacer,
su tarea constante;
como tarea constante
es del mar, empujar
la marea hacia la playa.
Tan natural como le es al trigo
espigar, o como a la vid
le es entregar
a los pámpanos su vida.
Como le es natural al viñador
hacer el vino en el lagar,
para escanciarlo cuando
está maduro a la cuenca
de los vasos limpios.
En la tarea de sacar
peces del mar,
sin darse cuenta,
el pescador
fue sacando también
Ostras que adheridas a la red,
Cerradas por la fuerza
de las valvas, guardadas
en su interior traían
preciosas perlas,
las cuales no es necesidad
el poseerlas
para sentirse ricamente
abastecido de riquezas.
Con solo verlas, pues nada hay
en realidad que se posea,
si el dueño de todo
es Uno solamente,
los demás tan solo somos
espectadores de toda su grandeza.
Y de la obra preciosa de Sus Manos,
al pescador le basta con saber
halladas las perlas,
como parte de su paga,
sabiendo que ya no están más
escondidas en el mar,
donde él no tenía idea
que se hallaban.