¿De qué pechos o de qué vitrales,
como sobre espejos infinitos,
emergéis, espíritus de jaspe,
que me miráis desde ojos límpidos,
tras antifaces de lapislázulis?
Y a mí volvéis vuestras alas gráciles,
recubiertas de azules berilos,
asperjando mis sienes de zafiros.
¿Quién fibras de rosadas mañanas,
tejiendo arreboles delicados,
y hebras de finos cirros dorados,
bordando ocasos en lontananzas,
engastó en vuestras pupilas bellas
con manos enguantadas de estrellas?
Esos broches de puros granates
entre párpados de mil esmaltes.
¿Cuántas tenues, translúcidas máscaras
de gasas sutiles y turquesas
han de correrse ante vuestras caras?
¿Cuántas caricias de lisa seda,
cuántos roces de plumas y ágatas
me impartirán vuestras tersas alas,
hasta que en vuestros dedos etéreos
se disipe el leve tul del cielo?