Alejandrina

Hombre Solitario

 

Allí estabas balandra ausente

suspendido entre las parvas otoñales,

de frente al oráculo del mar.

Precías una cadena rota azotada  

por un vendaval furioso,

torturado por fantasmas.

Un pan solo

sediento del sumo espurio que vendimian

unos ojos morenos, una boca traidora.

Tu sangre es una dalia amarga

donde aún la buscas,

acunas

perpetua le sostienes.

 

Amante inerme

como un viejo farol olvidado

al final de un pasillo,

luchando por entregar

sus últimos destellos;

trágicos, descalzos y ateridos

en un ingenuo intento por conmover

la mirada oscura de las sombras,

que agazapadas avanzan

como una leona hambrienta

a punto de saltar sobre tu pecho.

 

Tan noche cerrada caminabas

hombre solitario,

sobre la luminosa tarde,

añorando promesas de campanas

y gorjeos de golondrinas

en los oídos cansados,

pero el sonido del recuerdo

no fue más que un hueso

repicando entre las rocas,

neblina espesa de amargos higos secos

una lluvia de negros tulipanes se cenía 

sobre tu menguado espíritu.

 

Alejandrina