Inventabas una historia cada noche
de tu bella cara una sonrisa
siempre maternal brotaba;
otras noches el cansancio
en tu cara reflejabas,
era la ardua jornada
de atender las tareas de la casa;
pronto me hacia el dormido
y te fueras a tu cama,
a soñar con aquellos angelitos
a los que siempre les rezaba.
Sabía como son todas las madres
los consejos no faltaban,
¡no te subas ahí!
¡no agarres allá!
¡obedece hijo mío
que te puedes lastimar!
Antes de que cumpliera los diez
dejaste de hablar
ya no podías caminar,
tu mirada perdida,
mi voz quería encontrar,
y unas lágrimas comenzaron
por tus mejillas a brotar;
se había esfumado tu sonrisa
y el dulce hablar de tus labios
comprender no pude jamás.
Los médicos dijeron:
¡Fue un infarto cerebral!
que de esa enfermedad
nadie se podía recuperar.
Bastantes esfuerzos hizo mi padre
para poderte sanar;
de eso soy testigo
y por eso le bendigo,
no había noche que no le pidiera a su dios
que te mandara el alivio.
Quise ser medico
para encontrar una respuesta;
y ayudar a alguien que como yo
tuviera una madre enferma.
Es cierto que mucha falta me hicieron
tus caricias y tus besos,
tus atenciones y consejos,
nunca de llagas se lleno tu cuerpo,
pues siempre te atendí
como me lo permitió mi tiempo.
Llegaba de la escuela
y te contaba mis secretos,
una leve sonrisa
se dibujaba en tu cara
cuando te decía
que ya tenía enamorada.
Pero nada de eso era cierto
pocas amistades pude cultivar,
el tiempo era el justo;
para poder estudiar y trabajar.
Esperanzas siempre abrigue en mi corazón
de que algún día el dios de mi padre te sanara,
pero tal vez muy ocupado se encontraba
o que tal vez sus rezos no escuchaba.
Por eso que aprendí a rezar
primero para suplicarle,
después para reprocharle;
y ya en mi desahogo llore…
tan solo para pedirle que renovara mi fe.
Entonces le agradecí y comprendí
que mi dolor no le era ajeno;
que el mundo esta lleno de dolor
para comprender el nuestro;
que tiene que existir el blanco
para distinguir el negro;
que tiene que existir lo malo
para reconocer lo bueno;
que tiene que existir la fealdad
para que surja lo bello.
Que el olvido de mi padre
me hizo hombre a corta edad,
las carencias me hicieron madurar;
que hoy soy un hombre responsable
y que nada de mi vida me puede avergonzar.
Luego el cielo se nublo
tu cuerpo cansado
ya no respondió,
tus ojos se opacaron
y en silencio todo quedo.
Hoy… a NUEVE años de tu partida, madre mía;
te recuerdo exactamente como ayer;
cantándome, abrazándome, besándome,
sonriéndome como cuando
era aquel niño pequeño
que una flor te regalo.
Para mi no has envejecido
es mi padre quien reprocha
que no vaya al cementerio;
pero es que el no comprende
que tu para mi no has muerto,
que tú sigues viva;
tan viva en mí recuerdo.
Autor: Mario Alberto Portillo López.
Todos los derechos resevados.
Seudonimos: Mayin o Kalipso (72)