En escarpado, rozando el filo
el trueno estremece la íntima fibra.
Destella el rayo por la ladera, mientras
un viento denso, cálido y húmedo
empapa cuerpos que se insolentan.
A dúo, desnúdanse
hasta albear cada poro frente al ojo lunar.
No hay prisa en el gesto… más bien, alborozo,
un goce insurgente en la yema del dedo
que explora las corvas y las hendiduras
de la hembra brava con su semental.
No lo quiero suave - ha ordenado ella.
Suave nunca he sido - Y acomete él.
Gimen a un tiempo garganta y cielo.
Un remolino de viento refúgiase en los cabellos
de la “encelada” que grita reasignando cada verbo.
La danza tiene su propio esquema:
absorberse uno al otro hasta médula del hueso.
Fragmentar, diluir, rasgar, engullir, libar…
Aullido
la furia de ambos
en el clímax del intento.
“No lo quiero s u a v e”
fue la sentencia.
No hay voces que se intuyan a la vuelta del infierno.
No más que un eco distante
Los trozos desperdigados
La sangre del riachuelo.
Amanda Espejo
Quilicura / Octubre - 2013