El sol entra tibio, por la ventana, son casi las diez y la mañana se torna mágica, sin saber por qué, la saludo como lo hago a diario, cuándo le llevo el desayuno...
¡Hola Mamá! , soy yo, aquí estoy.
Acaricio sus cabellos, la frente..., me parece todo tan normal y plácido, que, confortado me siento a su lado.
El sol, me da pleno cuando se cuelan por la ventana entreabierta, los rumores de las aves. ¡Que potente es la vida!, como fluye, siento una risa, unos niños corriendo...
El sol, ya me molesta en los ojos, aparto la mirada de la ventana y la fijo en el rítmico goteo, una tras otra, caen acompañando la respiración de Mamá.
A mi lado, burbujea incesante el oxígeno.
Me aparto de esos sentidos, mirando nuevamente la ventana..., el cielo recortado en un perfecto azul, adormece mis pensamientos, llevándome por cosas que pasé junto a ella.
La tibieza de su pecho joven, las largas conversaciones, las diferencias, que las hubo, los perdones innecesarios y esos ojos verdes, verdes que siempre me miraron.
Ella solo respira, como si cada vez, fuese para retenerme a su lado.
Navego por variados pensamientos, hurgo en dolorosas penas, pero invariablemente, siento una inmensa paz. Miro nuevamente el rostro de Mamá y parece profundamente feliz, entonces...
Entonces, pudoroso bajo la mirada.
El sol, me parece muy intenso y quedo inmerso en una absoluta luminosidad, que decanta en mi interior, infinita satisfacción. Persistiendo por unos minutos, esa sensación aislante, como si fuese un verdadero viaje.
Me pareció enorme, el espacio de la ventana, donde la luz, resultaba un camino hacia la nada. Mi espíritu alborozado se expandió sin final, hasta quedar solo con el cuerpo de mi madre.
Me levanto, beso su frente ausente, salgo de la habitación e informo al médico, que la señora Perés, ha fallecido.