Sutiles, inasibles, huidizos,
penetran los oídos de mi alma.
Su origen impreciso desconozco.
Sus oscuras estelas no distingo.
Pero hay momentos
‒aun en la soledad de mi reposo‒
en que las ondas de sus pulsaciones
hacen vibrar imprevisiblemente
mis pensamientos.
Son sus sonidos graves y profundos.
Rítmicos, aun con ritmos variables:
pausados unos,
de armonía y sosiego portadores;
otros, en cambio,
agitados en trotes desbocados
que encrespan los remansos de mi mente.
Hoy he puesto atención a sus redobles.
No ha sido fácil
reconocer su fuente en el tumulto
de ruidos y gritos del planeta.
Pero al fin, con paciencia, con empeño,
descubrí su secreta procedencia:
¡Son los latidos!
¡Los latidos dispares y plurales
de todos los humanos corazones
que laten disonantes, mas porfiados!
Latidos que se avivan exultantes
por amores que bullen inflamados...
Latidos que retumban dislocados
por la ira, la cólera y el odio...
Latidos que suaves se enlentecen
en plácidos momentos de ternura...
Latidos que sus ritmos aceleran
por temores, angustias o zozobras...
Latidos que hoy comienzan a vibrar...
Latidos que hoy se extinguen poco a poco...
Latidos que acompañan mi latido
y que marcan los ritmos de este mundo
inexplicable.