Tu virginal pureza fue mía,
tu inocencia la perdiste
entre mis brazos;
de tus delirios en ladrón
me he convertido
y despojado de razón
a tu santuario.
Vigorosa pasión que tú desatas
embriagadora como el vino;
mariposa enamorada,
el cielo resplandece a lo divino.
Mujer de torrente embeleso,
poseedora de un ánimo travieso;
la timidez fue tan solo la trampa
para caer de tu belleza preso.
Eres tierna y bella
como la estrella que centella
más allá del infinito,
consuela a este corazón que te ama,
conquistado afán en un suspiro.
Dime que me amas
con ese timbre de voz
tierno y fino;
deja que tu voz me arrulle
como las olas de un mar que bulle
que al llamado de una playa acude.
¡Coqueta!
resuelta en gracia
irónica y artera,
zagas y rapaz
como una pantera
son tus curvas hechiceras.
Derrámate en mí
empapada de tu húmedo roció.
Conquistada esta tu presa
en la brusca tempestad
de tu pasión, de tu lujuria;
sofocado el corazón se apresta
al desplome implacable de tu furia.
¡Ay, pobre de mi!
Al descubrir
que no eras tu…
sino yo el que te amaba.
¡Piedad!
eres causa de mi dicha
de mi dolor… de mi desgracia,
de la mas dulce agonía
que estremece y desvaría.
¡Piedad!
Para este que se humilla
postrado y de hinojos,
que te ama con inútil afán
de no someterse a tus antojos.
¡Piedad!
Para quien arrebato
la inocencia de tu rostro,
para quien hurto el arcoíris
de tus ojos;
para el insolente que creyó
seducir a la doncella;
y que sin alma se quedo
al sucumbir a su belleza.
Autor: MARIO ALBERTO PORTILLO LÓPEZ.
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