Raúl Daniel

Claudia no es princesa (Alejandrinos)

Claudia no es princesa

(Alejandrinos[1])

 

Claudia es una doncella que ya está en sus veinte años,

Claudia no se corona con diadema de plata,

ni una corona de oro con perlas o rubíes;

¡ella tiene un tesoro que es invaluable en plaza!,

que no roban ladrones ni arruinan los orines,

lo guardan querubines, no lo lleva a los bancos.

 

No conoce el orgullo ni tiene algún rencor,

y cuando alguien la ofende, aunque reciba daño,

procura perdonarle y trata de olvidar,

su corazón acuna no sentires extraños,

solo mucha ternura y solo mucho amor,

de ése que por ahora es difícil de hallar.

 

Claudia no se envanece por más que es muy bonita,

y, aunque se sabe flor, sabe que éstas marchitan;

también espera amor, mas no le pone cita;

no está en una ventana, lo espera en el Señor,

sabe que llegarán, el amor... la pasión,

y aguarda con paciencia, ¡pues es hija de Dios!

 

Claudia no está ni pálida ni triste ni callada,

pues siempre anda saltando y cantando en su casa,

y ella es toda alegría, con fe, amor y esperanza,

en sus días transita atendiendo a su prójimo,

en aquello que pueda, poniendo toda el alma,

con denodado esmero, ¡y con resultado óptimo!

 

No siendo hija de ricos, no fue a la facultad,

no posee ni títulos, de nobleza o heredad,

pero su corazón guarda tan grande amor,

¡qué llenaría océanos con ríos de pasión!

Claudia, doncella virgen, rostro rosado al sol,

su cetro: ¡la honradez!, la humildad: ¡su blasón!

 

Grácil  figura, niña ¡con animosidad!,

no conoce cansancio, no atiende a la fatiga,

si es que el servicio llama, o si el caso la obliga;

con hermanos o amigos o la comunidad,

siempre la van a hallar, con su feliz sonrisa,

alegría y piedad, simpatía y sin prisa.

 

Así es Claudia, créanmelo, muy mansa y servicial,

amable y generosa, muy alegre y cordial,

trabajadora y fiel, ¿príncipe la querrá?,

¿un rey de las finanzas?, ¿un famoso cantor?,

¿quién será el ganador?, ¿quién ella aceptará?,

¿a quién dejará entrar al virgen corazón?

 

Finalizan los versos y termina la historia,

¡y muy poco me importa que son alejandrinos!,

¡Claudia no es “la princesa”!, más ¡realmente hermosa!,

no porque la engalanen joyas y finas ropas,

ni ella está en un palacio ¡ni soy Rubén Darío!,

pero... ¿qué ella me amara?, ¡ésa sí es una gloria!

 


[1] El pasado sábado cometí el error de subir a esta página el presente poema sin haberlo pulido suficientemente, cosa que hice llevado por el entusiasmo de realizar un paralelismo con el poema “Sonatina” del gran Rubén Darío, pero no con una princesa, justamente, sino todo lo contrario, con una chica de pueblo, real y que fue mi empleada durante cinco años, (sin cambiar su nombre, porque no es vergüenza ser pobre, y menos si se es como Claudia). Fue tanta la fuerza del impulso que no recordé que quedaría así en mi antología para siempre, por lo que decidí corregirme volviendo a publicarlo, pero atendiendo a las reglas de la métrica del verso alejandrino, tan apreciado en algunas etapas de la historia de la poesía. Para quien le pueda interesar, el verso de catorce sílabas, llamado alejandrino, se compone de dos heptasílabos,  estos deben tratarse como si fueran separados,  es decir que las reglas de conteo de sílabas es independiente para cada hemistiquio. Así, que si el primer hemistiquio termina en palabra aguda, se le debe sumar una sílaba para obtener el conteo correcto; si es grave, serán exactamente siete sílabas y de ser esdrújula, para obtener el conteo, se deberá restar una sílaba. No permitiéndose sinalefa entre hemistiquios.