A Gerardo Antonio Tamayo
No son seres humanos los dictadores
De toda laya que todavía azotan
Con escalofriante crueldad
A los pueblo inermes
Por tan sólo clamar:
¡Libertad! ¡Libertad!
Se creen muy valientes
Rodeados de cañones,
De tanques, de bayonetas
Para hacer del miedo
Un arma eficaz
Para acallar
La voz de todo un pueblo
Que los desprecia.
Son emisarios de muerte
Celebran la muerte
Les rinden tributo a la muerte.
Pero son cobardes
Les temen a la muerte.
Se aterrorizan.
Huyen, piden perdón,
Renuncian ignominiosamente.
Alimañas que avergüenzan a la raza humana
De pocas luces,
Sanguinarios con los débiles.
Mansas ovejas ante el peligro.
Todo lo saben.
Se creen dioses.
Se creen emisarios de nuestros libertadores.
Reparten gas del bueno contra los estudiantes,
Torturan, asesinan niños,
Se mofan de quienes se les oponen.
Se apropian de la propiedad privada.
Humillan la academia.
Cometen latrocinio.
Odian la creatividad.
Son mares de rencor,
Son ríos de resentimiento.
Son cataratas del desastre.
Arruinan a los pueblos
Para dominarlos con dádivas.
No son misericordiosos con el vencido,
Al que vejan, al que torturan,
A quien le niegan la luz del sol,
El abrazo familiar,
El trato digno.
Son víboras los dictadores.
Carecen de corazón
Sacan sus revólveres cuando
Escuchan la palabra democracia.
¡Producen asco y lástima los dictadores!