En el umbral de su mísera dolencia
muestra un afilado rostro enjuto,
como enjuta el alma tiene en su congoja
llegando hacia el final de su existencia.
En el umbral de aquel dolor punzante
con la entraña ya de tiempo carcomida
ruega penitente, arrepentido,
piadoso tránsito a la eterna vida.
En el umbral de ese aliento que se extingue
en silencioso soliloquio se pregunta
si acaso es que aún no ha saldado
cabalmente los tropiezos de su vida.
Imágenes que rondan por su mente,
en sombras, llegan desordenadas,
e inquieto el ánimo, cambiante,
como van cambiando las estampas.
En la extenuante y tarda agonía,
difusa, negra barca se aproxima,
llega la parca, macilenta, inexpresiva,
preparándose para la partida.
Se ensombrecen los rostros, angustiados,
las muecas que reprimen triste llanto,
de pronto una luz encandilante
y un aroma de rosas van permeando.
Súbito cambio en el rostro del doliente!
Sin dudar sintió algo inspirador;
en ese cuerpo y en esa alma no hay dolor,
cuando expresa, apenas balbuciente:
“Soñando en los Jardines del Señor
el perfume de las rosas me llegó,
parto...sé que Él ya me perdonó,
en paz ahora me voy lleno de amor.”